Caminando
en el amor:
la "Era Landázuri"
* Columna La Periferia es el Centro
Pbro.
Carlos Castillo
El
19 de diciembre pasado se cumplieron 100 años del nacimiento del Cardenal Juan
Landázuri Ricketts, inaugurándose un año para recordar a quien fuera Pastor de
la Iglesia Peruana durante más de 35 años. Con esta ocasión algunos amigos del
Cardenal nos hemos unido para expresar nuestra amistad y agradecimiento en la
forma de un libro, Caminando en el Amor, publicado por el Fondo Editorial de la
PUCP. Deseamos quede grabado testimonialmente el legado de un hombre de fe que
supo ser humilde servidor de la Iglesia, en la perspectiva de los pobres, y del
Perú todo.
Hoy
que felizmente corren vientos de renovación en la Iglesia, gracias a la
inspirada elección del Papa Francisco, la actitud, también franciscana del
Cardenal Landázuri nos ayuda a soñar y realizar el futuro próximo de los
creyentes peruanos de nuestros días.
Apertura
y misión desde los pobres
El
Cardenal Landázuri sirvió a la Iglesia como autoridad durante 38 años;
coadjutor desde 1952, y arzobispo de Lima desde 6 de mayo de 1955. Lima, con
poco más de un millón de habitantes, comenzaba a crecer; al final de su periodo
(1990) llegaba a los seis millones. En sus “Recuerdos de un Pastor” señala:
“Hacia los años cincuenta comenzaron a desarrollarse las barriadas alrededor de
Lima, constituyéndose conjuntos de viviendas insalubres… Eran tantos los
problemas que aquejaban a estos pobladores que la ayuda brindada… era
insuficiente… las autoridades… como la ciudadanía, parecían no advertir la
dimensión del drama que se estaba gestando en las barriadas ni las graves
consecuencias sociales que podrían derivarse de la vida infrahumana de sus
pobladores, que vivían en rústicas y pobres viviendas… Además no tenían postas
de asistencia médica, ni parroquias… (p59).
Desde
antes del Concilio Vaticano II, y más después de él, Landázuri, abierto a las
nuevas exigencias de esta realidad social y humana, valorando las iniciativas
de sacerdotes y laicos comprometidos, decidió construir la Iglesia de su
inmensa arquidiócesis (Lima centro, Carabayllo, Chosica, Lurín y Callao) desde
aquel mundo que surgía. Este solo hecho muestra suficientemente su espíritu
renovador; antes comprendiendo, apreciando y valorando a sus fieles que
juzgándolos, sacó a nuestra Iglesia y a Lima de un cierto encierro indiferente,
anchando la visión, impulsando a dialogar con la gente y a dejarse interrogar
por las necesidades espirituales y materiales de los pobres. Por ello,
justamente, puso las periferias en el centro, y suscitó múltiples modelos
parroquiales propios de una iglesia dinámica que se renovaba internamente al
calor de la misión hacia los “pueblos jóvenes”, y manifestaba su palabra profética,
clara y oportuna.
Instituciones,
como la “Misión de Lima” en 1957 -evangelizadora y promotora de poblaciones
marginales- (“Por Cristo para un Perú mejor”), no realizaron una asistencia
paternalista sino la dignificación de los pobres como sujetos de sus propias
vidas: “Su organización estaba inspirada por la idea de ayudar a ayudarse a sí
mismos… fue… reconfortante el afán de progreso y superación de los pobladores…
han sabido enfrentarse valientemente a todas las dificultades y… demostrado un
admirable espíritu de solidaridad comunitaria” (Recuerdos, 60).
* Esta columna se publica todos los jueves en el diario La República
La Periferia es el Centro. A finales del 2012, con ocasión de los 50 años del Concilio Vaticano II, un conjunto de personas coincidieron en el deseo de intercambiar y reflexionar sobre el impacto que aquel acontecimiento eclesial tuvo, no solo en la vida interna de la Iglesia como comunidad, Pueblo de Dios, sino en su relación con el mundo moderno.
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