domingo, 27 de abril de 2014

Cuando la vida privada es pública


Hoy compartimos un fragmento de la columna "La periferia es el centro" que se publica todos los jueves en La República. A finales del 2012, con ocasión de los 50 años del Concilio Vaticano II, un conjunto de personas coincidieron en el deseo de intercambiar y reflexionar sobre el impacto que aquel acontecimiento eclesial tuvo, no solo en la vida interna de la Iglesia como comunidad, Pueblo de Dios, sino en su relación con el mundo moderno.

CUANDO LA VIDA PRIVADA ES PÚBLICA

Enrique Vega Dávila - Profesor de Teología UARM
La ventilación pública de la vida se ha convertido en una forma particular de colocarse en la boca de todo el mundo y no de la mejor manera. Basta ver el caso de Flor Polo y el impacto que ha tenido en mucha gente que se pone en contra de ella y a favor del engañado esposo. No hay un “noticiero” que no aborde los dimes y diretes de ambos o que entreviste a los allegados a uno u otro. Llora, pide perdón, se enorgullece de lo que ha hecho. Tomar parte no sería difícil, las declaraciones y desmayos mal ensayados hacen fácil ver un teatro mal montado que quizá acabe en una reconciliación que será otro show más.
Lo anterior es un ejemplo, podemos colocar más. Al menos uno más. Una ágil mirada por estados de Facebook® de algunos jóvenes permite apreciar una seria sobreexposición de la vida privada que van de tiernas declaraciones de amor, pasando por peleas (con sus respectivos motivos y etiquetados a amistades), hasta situaciones particulares que podrían ser indiferentes a muchos pero que se presentan como “noticias”. Las plataformas 2.0 permiten la participación de otras personas que interactúan y este tipo de estados genera mucha –sí, mucha- participación, validando así lo realizado (¿bueno?, ¿malo? A ese nivel de reflexión no se llega).
Si por un lado hay una insistencia en exponer al público situaciones privadas, por otro lado (muy cercano al anterior), las libertades de expresión y de opinión se convierten en banderas alzadas y absolutizadas por las que hay que soportar todo. Tanto la sobreexposición, consciente o inconsciente, como la violación de la intimidad bajo la libertad de expresión degeneran en un proceso de despersonalización y hacen, de quienes deberían ser sujetos, objetos veleidosos a merced de voluntades que condicionan su actuar.
Por otro lado, la sobreexposición de temas como estos posterga otros que son relevantes o verdaderamente trascendentes. Esto, y mucho más, nos radiografía a una sociedad capaz de estar metida en la vida ajena, muestra cómo muchas individualidades se encuentran al servicio de ello y son capaces de olvidar situaciones que en verdad ponen en riesgo el tejido social. Llama la atención, entonces, que temas que son de debate público y vital ocupen menos espacio que titulares sobre la vida de tal o cual persona del medio público; de este modo, los temas sociales y de debate son aplazados de la conciencia colectiva y, por lo mismo, aumentando la situación de indiferencia en medio de nuestro pueblo.

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